¿Una mujer hablando de sexo? ¿En un periódico? ¿Todas las semanas? En los años 90, hubiera podido ser una broma. Pero Peter W. Kaplan, editor de The New York Observer, iba muy en serio.
El 20 de noviembre de 1994, una tal Candace Bushnell firmó la primera de muchas columnas llamadas «Sex and the City». Cuando Kaplan le ofreció un espacio propio en el Observer, ella sabía que debía tratar de su vida, sus amigas y sus malas experiencias con los hombres.
Al principio, usaba su propio nombre, pero no tardó en inventar a Carrie, una «amiga suya» cuyas anécdotas transcribía en la columna; en realidad, estaba hablando de ella misma, pero prefirió otorgarse un seudónimo para que sus padres no se enteraran de que era su propia vida sexual la que se aireaba en el periódico semanalmente. Los demás personajes también tienen nombres inventados: Samantha, Charlotte, y Miranda, las amigas de Carrie, y Mr. Big, su love interest.
La columna continuó durante dos años, hasta 1996. Los escritos de Bushnell fueron muy populares y tanto que el mismo año en el que terminó, se publicó una antología de los mejores textos bajo el título de Sex and the City. Ese libro que inspiró a HBO, que compró los derechos en 1998 y dio a conocer a una de las periodistas más famosas del mundo audiovisual: Carrie Bradshaw. La serie es más teatralizada y menos cínica que el libro, pero recoge los mismos temas que el personaje cuenta en su columnas del periódico ficticio el New York Star. Cada episodio se estructura en torno a Carrie investigando su próxima columna, usando como fuentes los testimonios de sus amigas. Cada una aporta su perspectiva sobre experiencias sexuales y calamidades con los hombres.
El periodismo tal y como lo ejerce Carrie Bradshaw se califica muy a menudo de periodismo de estilo de vida. Según Folker Hanusch, profesor de Periodismo de la Universidad de Viena, «es un campo periodístico distinto que se dirige al público como consumidores, proporcionándoles información objetiva y consejos, a menudo de forma entretenida, sobre bienes y servicios que pueden utilizar en su vida diaria».
La definición de Hanusch destaca el aspecto consumista de esta actividad que se puede poner en paralelo con lo que el crítico Carl Jensen calificaría de periodismo junk food y que David Jiménez llama «Sexyperiodismo»: «ciberanzuelos» entretenidos y atractivos por los cuales se sacrifica la información verdaderamente importante. «Pones tu esfuerzo en contar las masacres en Siria, el último desastre de la economía española y que en Pakistán puede haber un golpe de estado y resulta que la noticia más leída revela técnicas para fingir orgasmos», se lamenta Jiménez en Jotdown.
Para muchos, el contenido y los temas tratados en «Sex and the City» son secundarios e incluso frívolos; ocupan espacio en el periódico cuando hay cosas más urgentes que cubrir. Si Carrie Bradshaw (o Candace Bushnell) publicara su columna hoy en día, los catedráticos de comunicación la tacharían de infotainment: poco seria, mercantil, ausente de valores periodísticos. Pero uno no puede evitar preguntarse: ¿acaso el periodismo de estilo de vida no podría tener un rol más profundo en la sociedad? ¿,es Sexo en Nuevo York un ejemplo de buen periodismo?
Al periodista se le considera como un perro guardián, un gatekeeper, o un cuarto poder que defiende a los ciudadanos vigilando a sus dirigentes. Quizás esta definición no corresponda a Sexo en Nueva York. En ningún episodio aparece Carrie Bradshaw con los Papeles del Pentágono o de Panamá.
Folker Hanusch explica que, al ser considerado de menor importancia, el periodismo cultural y de estilo de vida es un campo poco estudiado. Brian McNair, otro profesor de Comunicación, que define a esta actividad profesional como «un relato del mundo existente que el periodista se apropia y procesa conforme a los requisitos particulares del medio periodístico a través del cual se difundirá a una parte del público». El periodismo también puede ser un reflejo de la sociedad contado por el propio periodista.
En el primer episodio de la serie, Carrie Bradshaw se describe a sí misma ante Mr. Big como una «antropóloga sexual». La propia Bushnell califica su columna como un «análisis sin sentimentalismos de las relaciones» en el prefacio de su libro. Según sus autoras —la ficticia y la real—, «Sexo en Nueva York» está más cerca del informe de laboratorio que del diario personal. Bradshaw y Bushnell se ven como periodistas porque diseccionan la sociedad neoyorquina de la época y muestran sus reflexiones al público.
Bradshaw y Bushnell no desvelan conspiraciones gubernamentales ni se meten con políticos, pero exponen su propia realidad. Sosteniendo un inmenso espejo sobre Manhattan, dan a conocer las vidas, los sentimientos y las preocupaciones de mujeres treintañeras y solteras, algo que en su momento se consideró revolucionario.
No obstante, es importante recordar que no fueron las primeras en focalizarse en un entorno cercano. Lo dice la propia Bushnell: «Edith Wharton, Fitzgerald y Hemingway escribieron sobre la sociedad neoyorquina. Puede que yo no esté en la misma liga como escritora, pero cubro el mismo territorio». Entonces, ¿qué diferencia estos textos de los muchos otros escritos antes?
Bushnell explicó en una entrevista con Jake Nevins para The Guardian que «siempre ha habido mujeres solteras, y desde luego siempre ha habido mujeres solteras en las grandes ciudades. Simplemente no era algo sobre lo que nadie iba a escribir». Esa realidad social no interesaba y no interesó hasta la publicación de «Sex and the City». Bushnell contó que siempre había escrito desde esa perspectiva en revistas femeninas, pero todo cambió gracias a la audiencia del New York Observer: era más pequeña, pero más sofisticada y compuesta de hombres y mujeres, lo cual le permitió tocar un público distinto del que estaba acostumbrada. La diversidad y el nivel social de la audiencia combinados con sus dotes de escritora permitieron a Bushnell lograr algo más allá del simple informe: el New York Observer fue su trampolín para general un cambio real.
Además de un rol puramente reflexivo, el periodismo de «Sexo en Nueva York» contribuyó a darle un giro a la opinión pública. En 2020, Candace Bushnell escribió su primera columna desde 1996, cuando se publicó la última de su famosa serie. Para The Daily Telegraph, recordó las primeras reacciones a la columna y el programa: «Cuando empezó la serie de televisión Sexo en Nueva York en 1998, fue revolucionario ver a mujeres solteras —sin hijos, además— en la treintena, abriéndose camino en el mundo y con una vida sexual activa. […] Cuando empecé a escribir la columna, la gente pensaba que esas mujeres tenían algo malo».
La realidad de Carrie y sus amigas ya no nos parece tan fuera de lo normal, pero en su momento, no había sido contada. Que se hable de sexo, de relaciones y de matrimonios en esta esfera de la sociedad hasta suscitó reacciones masculinas,: «Había hombres que decían: “¡Estás arruinando las cosas! Ahora las mujeres hablan. Ahora mi novia me hace preguntas sobre esto y aquello. Ahora quiere cosas”. Lo creas o no, había chicos que estaban realmente cabreados», relata Bushnell. De repente, los hombres se sintieron asustados y amenazados. El periodismo de «Sexo en Nueva York» contribuyó a cambiar la visión del público sobre estas mujeres. Las propias mujeres cuestionaron su papel —qué debían decir y no decir, hacer o no hacer—, y los hombres tuvieron respuestas un tanto viscerales ante la corriente cambiante.
Según Kim Akass y Janet McCabe, autoras de Reading “Sex and the City”, la columna y el programa allanaron el camino a los derechos de la mujer, ya que el discurso se centró por fin en las mujeres. Los temas tratados son múltiples: la sexualidad y el placer femenino, las relaciones amorosas desde el punto de vista de la mujer o el miedo a envejecer. Les enseñó a las mujeres que no hay nada malo en estar soltera, que la soledad hasta puede ser beneficiosa, pero que tampoco cabe ignorar sentimientos negativos que acompañan ese celibato. Todo esto a través de artículos llenos de lo que Bushnell llama «humor cruel». Aunque hablen mucho de hombres, las mujeres son centrales en los textos. Como señalan Akass y McCabe, pocos personajes masculinos de la serie tienen nombre completo. Se les llama Mr. Big a secas, sin nombre, o reciben apodos ridículos como «La Tortuga» o «El Nuevo Yankee». Los hombres son accesorios, mientras que las mujeres sí reciben el honor de un nombre y un apellido. Esto indica que las más importantes son ellas.
Para Bushnell, ahí se esconde el secreto del éxito de su obra: contiene «una verdad universal» que habla a todas las mujeres. Cabe no perder de vista que «Sex and the City» se escribió desde un punto de vista privilegiado: el de las mujeres blancas, neoyorquinas y de clase media-alta. A pesar de ello, la columna sigue apelando a un conjunto. «Aunque el escenario puede parecer muy particular, los problemas a los que se enfrenta Carrie como mujer soltera son universales», escribe la periodista Halley Freeman en The Guardian. La columna captura una cierta esencia de lo que es ser una mujer soltera en los 90. La obra padece de aspectos problemáticos, pero no eclipsan la importancia que el programa y la columna pusieron en las mujeres ante todo.
Sex and the City tiene un mal título. Al contrario de lo que sugiere, el sexo y la ciudad no son más que el trasfondo de la obra. Lo crucial son las relaciones de amistad o de amor entre los personajes, así como sus vivencias y sus emociones. Lo que hacía Candace Bushnell —o su homóloga ficticia— era ponerse al desnudo literalmente: hablar de su vida sexual en un periódico es para algunos un acto de coraje, y ese sacrificio sí benefició a la sociedad. Después de que la columna y la serie divulgaran los análisis y observaciones de Bushnell, el diálogo se abrió y se normalizó que las mujeres hablaran de sus experiencias.
Este texto también está mal titulado: [1] el periodismo de Sex and the City es todo menos de mala calidad. Puede que el periodismo de estilo de vida no sea tan crucial para la democracia como el periodismo de vigilancia, pero eso no significa que no implique dedicación profesional y no beneficie a la comunidad. Este tipo de periodismo no es la basura embrutecedora y fácil de producir que describían los contemporáneos de Folker Hanusch, siempre y cuando el trabajo esté bien hecho. Quizá sea ahí donde haya que poner el acento; no en la grandeza de la historia, la naturaleza de sus protagonistas o la especificidad de su escenario, sino en la calidad del trabajo periodístico. Porque si está a la altura de lo que escribió Bushnell, el periodismo de estilo de vida también tiene el poder de transformar la sociedad.
Por: Malena Cortizo