Hace casi 20 años tras la caída de los talibanes escribí un articulo para el periódico EL Mundo en el que relataba que la única solución para Afganistán pasaba por la restauración de la monarquía en la figura del Rey Mohammed Zahir Shah ( 15 de octubre de 1914-23 de julio 2007). Argumentaba en mi articulo que no se debía implantar una democracia de corte occidental en una nación que jamás la había tenido y cuyas estructuras de poder estaban basadas tribalmente. Para todos los jefes de tribu el Rey era el único capaz de unirles al ser la única persona que todos respetaban.
EL Rey (Padishah) reinó durante cuatro décadas, desde 1933 hasta que fue derrocado por un golpe de Estado en 1973. Los primeros 20 años del reinado se caracterizaron por una política cautelosa de consolidación nacional, una expansión de las relaciones exteriores y un desarrollo interno que utilizaba exclusivamente fondos afganos. La Segunda Guerra Mundial supuso una ralentización de los procesos de desarrollo, pero Afganistán mantuvo su tradicional neutralidad. Mi padre y mi abuela lo conocieron muy bien y era visitante asiduo a su casa de la Costa Azul en los finales de los años treinta.
Shah Mahmud, primer ministro de 1946 a 1953, sancionó elecciones libres y una prensa relativamente libre, y el llamado «parlamento liberal» funcionó de 1949 a 1952. Sin embargo, los conservadores del gobierno, alentados por los líderes religiosos, apoyaron la toma del poder en 1953 por el teniente general Mohammad Daud Khan, cuñado y primo hermano del rey que mas tarde en 1973 derrocaría la monarquía para instaurar una republica corrupta y desastrosa que marco el principio del fin del bienestar de los afganos.
El primer ministro Daud Khan (1953-63) y para sorpresa de muchos, se dirigió a la Unión Soviética en busca de ayuda económica y militar. Los soviéticos acabaron convirtiéndose en el principal socio comercial y de ayuda de Afganistán. Los afganos se negaron a tomar partido en la Guerra Fría, y Afganistán se convirtió en una «Corea económica», poniendo a prueba la voluntad y la capacidad de Occidente (especialmente de Estados Unidos) de competir con el bloque soviético en un país no alineado. Daud Khan introdujo con éxito varias reformas educativas y sociales de gran alcance, como permitir a las mujeres llevar el velo voluntariamente y abolir el purdah (la práctica de apartar a las mujeres de la vista del público), lo que teóricamente aumentó la mano de obra a la mitad aproximadamente. Sin embargo, el régimen siguió siendo políticamente represivo y no toleró ninguna oposición directa.
La caída de Daud Khan la provoco Pakistán que cerro su frontera en 1961. Su prolongado cierre llevó a Afganistán a depender cada vez más de la Unión Soviética para el comercio y las facilidades de tránsito. Para invertir la tendencia, Daud Khan dimitió en marzo de 1963, y la frontera se reabrió en mayo pero volvería en 1973 para vengarse de su Rey.
El Rey y sus asesores instituyeron un experimento de monarquía constitucional. En 1964, una Loya Jirga (Gran Asamblea) aprobó una nueva constitución, según la cual la Cámara del Pueblo tendría 216 miembros elegidos y la Cámara de los Ancianos tendría 84 miembros, un tercio elegidos por el pueblo, un tercio nombrados por el rey y un tercio elegidos indirectamente por las nuevas asambleas provinciales. Afganistán vivió una década de progreso y tranquilidad desconocida hasta entonces.

Mujeres afganas en Kabul en los años 60.
Las elecciones para ambas cámaras legislativas se celebraron en 1965 y 1969. Varios partidos no oficiales presentaron candidatos con plataformas que iban desde el islamismo fundamentalista hasta la extrema izquierda. Uno de estos grupos fue el Partido Democrático Popular Marxista de Afganistán (PDPA), la principal organización de izquierdas del país. Fundado en 1965, el partido se dividió pronto en dos facciones, conocidas como los partidos del Pueblo (Khalq) y de la Bandera (Parcham). Otra era una organización religiosa conservadora conocida como la Sociedad Islámica (Jamʿiyyat-e Eslāmī), que fue fundada por una serie de personas con mentalidad religiosa, entre ellas miembros de la facultad de religión de la Universidad de Kabul, en 1971. Los islamistas estaban muy influenciados por la ideología militante de los Hermanos Musulmanes de Egipto y se oponían fervientemente al poder de los elementos izquierdistas y seculares en Afganistán.
La política nacional se polarizó cada vez más, situación que se reflejó en el nombramiento por parte del rey de cinco primeros ministros sucesivos entre septiembre de 1965 y diciembre de 1972. Mohammad Daud Khan percibió el estancamiento de los procesos constitucionales y se hizo con el poder el 17 de julio de 1973, en un golpe prácticamente incruento. Oficiales militares de izquierda y funcionarios del Partido de la Bandera colaboraron en el derrocamiento, y varios militantes islamistas se vieron obligados a huir del país. Daud Khan abolió la constitución de 1964 y estableció la República de Afganistán, con él mismo como presidente del Comité Central de la República y primer ministro. A partir de esa fecha Afganistán ha estado en una situación de caos permanente ( la invasión soviética, una guerra civil desde el asesinato de Duad Khan en 1977, el régimen talibán y la desastrosa intervención occidental entre 2002 y 2021).
Los Estados Unidos son responsables de que no se hubiera restaurado la monarquía. En abril de 2002, cuando el país ya no estaba bajo el dominio de los talibanes, Zahir Shah regresó a Afganistán para inaugurar la Loya Jirga, que se reunió en junio de 2002. Tras la caída de los talibanes, los afganos pidieron abiertamente la vuelta a la monarquía. El propio Rey hizo saber que aceptaría cualquier responsabilidad que le impusiera la Loya Jirga. Sin embargo, se vio obligado a apartarse públicamente a instancias de Estados Unidos, ya que muchos de los delegados de la Loya Jirga estaban dispuestos a votar por Zahir Shah y a bloquear a Hamid Karzai, el candidato americano. Los americanos se salieron con la suya sin tener en cuenta la idiosincrasia del país y al Rey se le dio el título ceremonial de «Padre de la Nación», que simboliza su papel en la historia de Afganistán como símbolo no político de la unidad nacional. El título que se disolvió con su muerte.
Hamid Karzai, una figura prominente del clan Popalzai, se convirtió en el presidente de Afganistán y desde entonces especialmente en Kabul se recupero cierta apertura pero la realidad es que el país ha vivido una guerra civil encubierta con la participación de tropas occidentales hasta la salida de las tropas occidentales y la consecuente victoria talibán.
Estados Unidos y sus aliados sólo tardaron dos meses en «liberar» Kabul de las garras de los talibanes en 2001 y en declarar la victoria. Mientras la ocupación estadounidense se tambaleaba, los depuestos talibanes se reagruparon y comenzó una nueva etapa de guerra civil contra las fuerzas gubernamentales estadounidenses y afganas durante gran parte de las dos décadas siguientes. Los talibanes tras la precipitada salida de las fuerzas occidentales se han hecho con el poder nuevamente y han declarado el fin de la guerra.
Pero las sucesivas administraciones estadounidenses engañaron deliberadamente a la opinión pública norteamericana haciéndole creer que todo iba bien en el frente de guerra de Afganistán, cuando en realidad era todo lo contrario, al igual que hicieron anteriormente durante la guerra de Vietnam. La escena del personal estadounidense huyendo de Kabul la semana pasada, al igual que lo hicieron de Saigón en 1975, fue francamente espeluznante.
Estados Unidos y sus aliados han sufrido unos pocos miles de bajas, pero decenas de miles de fuerzas de seguridad afganas han muerto, y un número incalculable de civiles se han convertido en las verdaderas víctimas de la guerra, que ha destruido las vidas y los medios de subsistencia de innumerables familias y comunidades. No faltan puntos de referencia para contabilizar el coste de la guerra más larga de Estados Unidos. La sangre es, con mucho, la métrica más preciada. Pero mientras las imágenes de los afganos pululando por el aeropuerto de Kabul, tratando desesperadamente de huir del dominio talibán, inundan las pantallas de todo el mundo, las enormes sumas que Estados Unidos gastó para tratar de convertir Afganistán en una democracia liberal merecen una auditoría exhaustiva. De lo contrario, se pueden olvidar las lecciones y repetir los trágicos errores. La base de cualquier esfuerzo de construcción de una nación es la seguridad. Si la gente no se siente segura, la inestabilidad, el chanchullo y la corrupción florecen mientras la economía formal se marchita.
Desde 2001, Estados Unidos ha gastado 2,26 trillones de dólares en Afganistán, según los cálculos del proyecto Costs of War de la Universidad de Brown. Sin embargo, a pesar de todos es, Afganistán sigue teniendo una de las economías formales más pequeñas del planeta. El año pasado, el presidente Ashraf Ghani dijo que el 90% de la población vivía con menos de 2 dólares al día.
Por si ese rendimiento no fuera lo suficientemente pobre para Estados Unidos, el ejército afgano y el gobierno que debía proteger se han derrumbado. El presidente Ashraf Ghani ha huido del país y los talibanes se hacen selfies detrás de su escritorio. Esto es lo que una inversión de mas de 2 trillones de dólares ha producido para Estados Unidos: un final caótico y humillante para una guerra de 20 años.

Fuerzas talibanas toman Kabul
El colapso total de las fuerzas gubernamentales afganas tras la retirada del resto de las tropas de combate estadounidenses ha dejado a muchos en Washington y otras capitales occidentales rascándose la cabeza en busca de respuestas y a los votantes y la prensa haciéndose la pregunta ¿ Y para que diablos han muerto nuestros soldados?
Los afganos sabían en lo más profundo de sus corazones que Estados Unidos y sus aliados se irían tarde o temprano, y que tendrían que volver lidiar con los talibanes. Por ello en 2002 los jefes tribales insistían en que la única solución a la larga guerra civil era la vuelta del Rey. Desde la presidencia de Hamid Karzai los sucesivos gobiernos fueron más bien ineptos y corruptos, y no contaban con la confianza del pueblo. Su total dependencia de la ayuda militar y financiera de Estados Unidos garantizaba que nunca podrían intentar valerse por sí mismos. Lo mismo ocurría

Mujeres afganas maltratadas por un talibán
con las fuerzas armadas. A pesar de superar en número a los talibanes en cuatro a uno, la corrupción, el nepotismo y la negligencia reinaban, especialmente entre los altos mandos.
En resumen, queda patente que la monarquía en ciertas naciones puede ser la solución a los conflictos armados y de haber sido restaurada hubiera evitado la humillación tras las dos décadas de tragedia. Washington debe aprender a evitar la guerra a toda costa en el futuro. No hay que olvidar que desde la II Guerra Mundial no ha ganado ni una.

SM El Rey Zahir Shah y el presidente Hamid Karzai

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