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JUAN CARLOS, El Grande

Hace más de un año, en un acto de absoluto patriotismo y poniendo los intereses de la Corona por encima de los suyos, y como un último gran acto de servicio al país al que ha dedicado su vida, el Rey Juan Carlos I decidió abandonar  España temporalmente. Trece meses después todavía no ha vuelto.

Es cierto que Don Juan Carlos fue mundano en sus debilidades, y por ello a nivel personal cometió errores de juicio que pueden ser criticados por estar  lejos de la ejemplaridad  que se espera de un rey. Bien caro está pagando estos errores,  al ser obligado a vivir lejos de sus seres queridos y de la patria a la que tanto ama y por la que tanto se ha sacrificado desde su niñez, cuando el 8 de noviembre de 1948, a los diez años de edad, pisó por primera vez suelo español.

A lo largo de la historia algunos monarcas europeos han sido distinguidos con un epitafio como grande, terrible, cruel, hermoso, pacificador, etc. Si hay un monarca contemporáneo que debería ser honrado por la historia con un adjetivo positivo sería Su Majestad el Rey Juan Carlos I de España.

Se preguntarán por qué sería merecedor de tal honor un rey que ha cometido errores en su vida privada. La respuesta es clara y rotunda. El Rey Juan Carlos, sin ningún género de dudas,  ha sido el mejor monarca que ha tenido España en su larga historia.

Desde que accedió al trono en 1975, supo responder a las necesidades que tenía el país en unos momentos de extrema fragilidad, en los que un error político bien podía haber encendido nuevamente la chispa de la confrontación entre hermanos.

No den por buenas las noticias que se han publicado sobre el rey Juan Carlos tras su abdicación y retirada de la vida pública. Muchas de esas noticias son tendenciosas y han sido manipuladas por gente muy desagradecida y rencorosa de la ultraizquierda que gobierna España, formando parte de un gobierno de coalición antinatural. Un gobierno  que está haciendo mucho daño a la sociedad española con sus interminables intentos de dividirla resucitando los fantasmas de la trágica guerra civil de 1936.

Los intentos de destruir la España nacida de la Constitución de 1978 por miembros de este gobierno, utilizando la bandera de una democracia en la que los que no piensan como ellos somos fascistas, son indignos. Afortunadamente, una gran mayoría de los españoles ya nos hemos dado cuenta de sus ávidas intenciones de llevarnos a tiempos pasados mientras que se enriquecen a costa de la clase trabajadora que los apoyaba.

Don Juan Carlos ha sido siempre ejemplar  en su conducta. Nunca ha recibido comisiones a pesar de las falsas noticias difamatorias para confundir y engañarnos. Lo que sí hizo es cometer dos equivocaciones:

  1. Dejarse engatusar por una mujer sin escrúpulos que se ha enriquecido a su costa.
  2. No declarar a Hacienda las ayudas económicas que recibió de amigos leales para asegurarle vivir en un nivel acorde con su estatus tras su abdicación, y que ya ha regularizado como cualquier otro español en las mismas circunstancias tiene derecho a hacerlo.

Estos errores tan aireados con el único objetivo de acabar con el régimen del 78 no merecen el ensañamiento  al que ha sido sometido Su Majestad, por una prensa ingrata que se ha sumado a la campaña contra la monarquía instigada desde el propio gobierno del Reino. En cualquier caso, si sus actos son dignos de reprobación lo decidirán los tribunales de justicia y no la prensa sensacionalista o los políticos social-comunistas.

El largo reinado de Juan Carlos I (1975-2014) ha sido el periodo histórico más fructífero que ha conocido España. Heredero de los poderes autoritarios de la dictadura del general Franco, el rey Juan Carlos I dio a conocer al poco de acceder al trono su voluntad explícita de renunciar a ellos para impulsar la organización institucional española de acuerdo con el modelo de las democracias occidentales.

El Rey Juan Carlos se comprometió a ser el Rey de todos los españoles, y pronto logró una España sin exilios y la superación de las cuestiones que habían opuesto a la sociedad española en la historia reciente. La aprobación en referéndum de la Constitución de 1978, tras unas elecciones libres en las que participaron todos los partidos políticos, supuso la reconciliación de los españoles y un gran acuerdo nacional, que cumplió el deseo del Rey de que España fuera un país europeo e iberoamericano, de acuerdo con su vocación histórica, y una democracia occidental avanzada, donde cupieran todos, abierta al pluralismo representativo y a la alternancia política. La llamada transición española a la democracia fue un poderoso refuerzo de la autoestima nacional y, al mismo tiempo, un modelo admirado e imitado internacionalmente. Juan Carlos I jugó un papel decisivo e imprescindible en este proceso. Fue y sigue siendo cierto que se le calificó como el «motor del cambio».

En la memoria de todos los que lo vivieron, tanto en España como en todos los países democráticos, la consolidación de la democracia está marcada de forma indeleble por la firme intervención del Rey Juan Carlos y su mensaje de desautorización del intento de golpe de Estado de 1981:  «La Corona, símbolo de la permanencia y la unidad de la patria, no puede tolerar en modo alguno acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir el proceso democrático por la fuerza».

El prestigio resultante de este repudio fue reconocido por los más importantes foros y medios de comunicación de todo el mundo internacional, reforzando así tanto su imagen de Jefe de Estado de un país democrático, como la de la Corona, institución que garantiza un desarrollo y un futuro estables. 

El Rey Juan Carlos representó a España con absoluta dedicación, actitud de servicio y amor a su país, actuando como embajador con desbordante entusiasmo y rotundo éxito, para mostrar una España renacida, con un nuevo espíritu perfectamente integrado en las más importantes organizaciones internacionales.

Su permanente apoyo a la unidad europea y su constante preocupación e interés por fomentar y estrechar lazos duraderos de amistad y colaboración con otras naciones merecen un amplio elogio. Cabe destacar también que, en los primeros años de su reinado, España entró en el Mercado Común y en la OTAN, lo que hizo que, entre otros innumerables reconocimientos, Don Juan Carlos recibiera el Premio Carlomagno por los méritos demostrados «al servicio de la reconciliación y la cooperación internacional en Europa».

Aunque la España de Franco nunca reconoció a Israel y siempre apoyó a los árabes, fue Juan Carlos I quien llevó esta relación a otro nivel.  En 1983 Israel fue reconocido por el gobierno del presidente Felipe González, y en 1992 el propio rey Juan Carlos, en un episodio sorprendente, «pidió perdón» a Israel por el decreto de expulsión de los judíos sefardíes en 1492, firmado por sus antepasados Isabel I de Castilla y Fernando V de Aragón, al tiempo que reforzaba los vínculos árabes.

En 1992, gracias a las discretas gestiones del Rey, España acogió los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, reflejando la imagen de una nación joven, próspera y dinámica, dirigida por un soberano que había instalado con éxito y sin traumas una verdadera democracia en su querido país.

El Rey Juan Carlos ha sido clave en la promoción de los intereses de España en el exterior, especialmente en Oriente Medio, donde desde el inicio de su reinado ha forjado lazos de hermandad con las familias reales de la región. Su carisma y simpatía han conseguido importantes contratos para las empresas españolas a lo largo de los años, lo que le ha valido la admiración y el agradecimiento del sector empresarial español.

La Constitución española establece que: «la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria»; y define al Rey como el Jefe del Estado, «símbolo de su unidad y permanencia», que «arbitra y regula el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que expresamente le atribuyen la Constitución y las leyes».

A lo largo de los años de su reinado y en el desempeño de sus funciones constitucionales, Juan Carlos I se ha mantenido invariablemente fiel a sus propósitos democratizadores y a las responsabilidades derivadas del marco institucional, como ocurrió el día del intento de golpe de Estado.

Ha sabido actuar con permanente atención y cuidado al progreso político, cultural, económico y social del país y de sus ciudadanos, a su rica diversidad, al prestigio internacional de la comunidad española, y a la integración pacífica y armónica de los españoles en sus diversas opiniones, orígenes y creencias.

Bajo Juan Carlos I la institución monárquica, como pocas veces en la vida española, ha pasado a desempeñar un papel central e imprescindible en la articulación arbitral de los procesos políticos nacionales, y se ha transformado, en consecuencia, en una pieza básica del funcionamiento de la democracia constitucional española.

Buena prueba de ello fue la popularidad que Juan Carlos I alcanzó durante su reinado y la amplísima aceptación que la Monarquía suscitó entre los españoles. La Monarquía se había convertido, como propugnaba la Constitución, en una forma de gobierno adecuada a las necesidades y preferencias del pueblo español, útil por su capacidad moderadora y comportamiento neutral. El actual Rey, Felipe VI, es una viva muestra de estas cualidades, que en el fondo reflejan el mejor y más perdurable legado de su padre, el Rey Juan Carlos I.

Es, por todo ello, un gesto de ingratitud extrema, y una vergüenza nacional, que el mejor rey de nuestra historia, que jamás actuó en contra de los intereses de España, y al que tanto le debemos los españoles, se encuentre en estos momentos lejos de su país y sin su regreso previsto.

Nunca en la historia de España ha habido un Rey que represente tan bien lo que significa ser GRANDE. Durante su reinado de casi cuatro décadas estableció una democracia plena y dinámica: España se ha convertido en un país de indudable prestigio internacional y en una potencia del mundo desarrollado. Es triste que algunas personas sin escrúpulos e ignorantes en España estén empeñadas en destruir su legado. Afortunadamente, los españoles y el mundo saben que el Rey pasará a la historia como Juan Carlos I, el Grande.

Por: Carlos Mundy

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