A pesar de la pandemia COVID19, donde se han visto seriamente afectados muchos sectores productivos, interrumpido servicios y cerrado centros de ocio y cultura, la tradición ancestral de las Islas Faroes, que consiste en acorralar a un gran numero de delfines piloto y conducirlos a la costa para ser masacrados con cuchillos mientras el mar se tiñe de rojo, goza de gran salud, habiéndole costado la vida a 300 cetáceos en la primera campaña de este verano.
Este hecho carente de compasión se justifica apelando a una necesidad de subsistencia -argumento fácilmente desechable dado que, sin mencionar otros sectores, la actividad pesquera de las islas es altamente productiva- y una incomprensible necesidad alimentaría que pone en riesgo la salud del consumidor ya que su carne contiene elevados niveles de mercurio, entre otros contaminantes.
Pero no solo se masacra a estos y otros pequeños cetáceos en las Islas Faroes y Tajin, Japón, sino que, a pesar de que muchos países tienen leyes que los protegen, en el mundo se da caza a cerca de 100.000 ejemplares al año, muchos de ellos para ser utilizados de cebo en la pesca. ¿Cuán lógico y sostenible es matar a estos extraordinariamente inteligentes mamíferos para utilizarlos de cebo, para consumir su altamente tóxica carne, o para proteger una tradición anacrónica?
Hablando de Sostenibilidad
Observamos, junto al comité de expertos, del que en aras a la transparencia daremos cuenta al finalizar el texto, que entre tanta maraña de instituciones internacionales y locales, fundaciones, ONGs, así como de leyes, sus apartados y sus excepciones, cada década hay más especies extinguidas o en vías de extinción. Hecho que, a nuestro entender, es antagónico a la sostenibilidad si todavía, mientras escribo estas líneas, “sostenibilidad” sigue siendo una cualidad de “sostenible”, que significa, según la RAE, que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente”.
Nos preguntamos si es sostenible firmar compromisos de reducción de emisión de gases de efecto invernadero (Kyoto 1997, Copenhague 2009, Paris 2015) y aumentar su emisión en un 41% desde el 1990, como hemos hecho; ¿ honraremos algún día estos compromisos o seguiremos retrasándolos, dejándolos suspendidos en un eterno mañana que quizás se desvanezca en la inexistencia de nuestro ser?
En un mundo tecnológico, donde se puede hablar en tiempo real y por videoconferencia con la estación espacial más remota, nos asombró ser testigos de la celebración en diciembre 2019 en Madrid de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25), que reunió a delegaciones de todo el mundo para informar de que “nos estamos quedando sin tiempo.” La conferencia prevista para este año 2020 en Glasgow ha sido pospuesta debido al COVID-19.
Y mientras los mares se ahogan en plástico y nuestro cuerpo es invadido por micro-plásticos, la única solución sostenible que se les ocurre implementar es exigir a los supermercados cobrar la bolsa de plástico. Y mientras por desidia, ineptitud, avaricia o corrupción arde el amazonas, se amplían los monocultivos, se queman y talan los bosques, y perdemos biodiversidad, la mayoría mira para otro lado, porque hacerse selfies y auto validarse en las redes sociales les consume, como si para el hombre común existiese planeta B.
Y como no se puede hablar de un tema sin hablar de su contrario, nos atrevemos a afirmar que vivir sin tomar responsabilidad personal del presente y del futuro es ciertamente insostenible.
Expertos:
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