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GALAPAGOS, EL ULTIMO PARAISO

Sin modestia alguna, me considero una viajera global.

Tan experta en los recónditos bares del Ladak, como en el mezcal mas bravo de Tlacolula o en el mejor sitio para comer erizos en Panarea. Soy una exploradora contemporánea, una coleccionista de millas, una adicta del jet-lag.

Así al emprender rumbo a las Galápagos, estoy dispuesta a disfrutar, a transpirar, a ver especies raras, a probar comidas extrañas, a hacer mil preguntas y a ensimismarme con paisajes magníficos. En definitiva a maravillarme a la justa medida de unas islas exóticas.

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Pero Galápagos es diferente de cualquier isla exótica, es el único paraíso que queda en la tierra, la última frontera.

Hace más de cuatro millones de años, dentro de las profundidades del océano, un hechizo de elementos desconocidos provocó una explosión formidable. De las entrañas del mar, emergió un mundo mineral, extraño y desconcertante, un paisaje de belleza primitiva, una tierra con sus propias leyes naturales. Un archipiélago de rocas basálticas, cráteres y volcanes activos. El tipo de universo que ni siquiera Julio Verne se habría atrevido a imaginar.

Las Islas Galápagos se encuentran en el Océano Pacífico, a 621 millas al oeste de la costa de Ecuador. El archipiélago consta de 13 islas y una multitud de pequeños islotes y cayos. Cada isla es un microcosmos, un pequeño mundo dentro de sí mismo con fauna y flora endémica que no existe en ningún otro lugar del planeta. Pero este archipiélago remoto comparte un elemento común; la lava.

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Esta se tuerce se desliza, se hunde. A veces se yergue otras se escurre entre exuberantes bosques de manglares verdes y lagunas turquesas, dejando a su paso esculturas extraordinarias. Formas de rocas semifluidas congeladas que desafían al sol austeras y arrogantes, o juguetean formando estructuras surrealistas bautizadas con nombres poco probables como Ha-ha o Phoe-hoe.

Consideradas por los vulcanólogos como islas jóvenes, Galápagos es junto a Hawái, la zona oceánica de mayor actividad volcánica del planeta. Pero no solo su topografía es excepcional, su geografía también es extravagante y contradictoria; aunque las islas se encuentran en la línea ecuatorial están bañadas por la corriente de Humboldt, una corriente oceánica rica en agua fría de la Antártida.

Una alquimia perfecta de estos factores extremos ha contribuido a hacer de las Galápagos un lugar único.

Desde que un obispo panameño descubrió las islas por accidente en 1535, estas tierras del fin del mundo han atraído a un puñado de personajes extraños y originales.  Piratas y bucaneros las convirtieron en su refugio, entre ellos Sir Richard Hawkins, Sir Henry Morgan, Sir Francis Drake y Ambrose Cowley. Estos legendarios renegados eran el terror de los barcos que navegaban hacia a Europa cargados de oro, plata y otros bienes preciosos.

La leyenda dice que las islas esconden tesoros extraordinarios, pero aún no se han descubierto. A finales del siglo XVII una forma más sofisticada de piratería, pero igualmente cruel y quizás más efectiva, también causó estragos en los mares de Galápagos: los balleneros. Durante 200 años, la avaricia de la industria ballenera llevó casi a la extinción a la enorme cantidad de cetáceos que habitan los alrededores del archipiélago.

Grandes escritores a través de los tiempos, han sido seducidos por el encanto y misterio de las  Galápagos: Herman Melville, autor de Moby Dick, cuenta su experiencia en el libro «Las Encantadas». Daniel Defoe también basó en las islas una de las mejores novelas de aventuras jamás escritas, «Robinson Crusoe». Defoe cuenta las aventuras y desventuras de Alexander Selkirk quien a principios del siglo XVII sobrevivió gracias a su ingenio en la isla de Juan Fernández en el sur de Chile y en las Galápagos.

En el transcurso del siglo XIX y principios del siglo XX, una serie de pintorescos personajes se suceden en las islas, contribuyendo con rocambolescas historias a la leyenda de las Galápagos. Manuel Cobos un dictador megalómano y sanguinario que muere asesinado por sus empleados en la isla de San Cristóbal. Oberlus, un extraño ermitaño, diabólico y vanidoso que gracias a su impresionante fealdad era la máxima atracción para los visitantes de la isla Española.

Carlos también llamado «rey de los perros» funda una republica casi pretoriana en la isla Floreana, un reino de terror custodiado por enormes perros. Entre estos personajes sobresale Eloise Wagner de Bousquet, una baronesa austriaca que desembarca un buen día en la isla Floreana y crea junto a sus dos amantes un «paraíso» libertino en el que se dice, satisfacía todas las fantasías eróticas de los viajeros a quienes su curiosidad llevaba a las islas.

Intrépidos viajeros del norte de Europa, también emigran a las Galápagos. Los Angermeyer, los Wittmers y los Ritters, no dudan en surcar los mares junto a sus familias y salvando mil peripecias se instalan permanentemente este paraíso perdido. Sus descendientes siguen viviendo hoy en las islas.

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Pero el personaje que marca definitivamente el destino de las Galápagos y revoluciona para siempre el mundo científico, es Charles Darwin. 

En 1835 Darwin llega a las islas a bordo del «Beagle» un barco financiado por la Corona Británica cuya misión es dar la vuelta al mundo en un viaje de observación y aprendizaje científico. Lo que Charles Darwin descubre y observa en las Galápagos, fue publicado en 1859 con el nombre de «El origen de las especies». El libro de Darwin se convierte en uno de los textos mas polémicos jamás publicados. La audacia de las teorías del científico británico trastornan para siempre todas las hipótesis sobre el origen del hombre sobre la tierra.

Sobre las Galápagos, Darwin escribe:

«…tanto en el tiempo como en el espacio, nos encontramos cara a cara con el gran fenómeno del misterio de los misterios: la primera aparición de nuevos seres en la tierra…«

Charles Darwin resume en pocas líneas aquello que hace de las Galápagos un lugar único en el planeta. Pero no hace falta ser un científico visionario o un Nobel de las ciencias; todo viajero que tiene la suerte de visitar las islas puede percibir el «misterio de los misterios», Galápagos es una experiencia única, personal e intensa.

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Pero todo lo que hemos oído o leído sobre las islas Galápagos no se aproxima en lo mas mínimo a la aventura que viviríamos. Embarcamos en un palacio flotante, el Isabela II, 54 metros de lujo, calma y voluptuosidad. Pero el yate mas extraordinario que surca los mares de las Galápagos no tiene nada que ver con los enormes trasatlánticos que navegan por los mares del planeta cargados de cursis octogenarios falsamente sofisticados.

Los pasajeros del Isabela II son aventureros modernos, exóticos exploradores o ecologistas convencidos. Viajan grandes distancias con el único propósito, poder algún día, ver las Galápagos. Cada uno de nosotros está a punto de vivir una experiencia rara, intensa y profunda. Somos conscientes de estar retrocediendo en el tiempo hacia un paraíso virgen, un lugar donde los humanos nunca han sido percibidos como una amenaza o peligro.

Para cada uno de nosotros la experiencia de las Galápagos es tan intensa y distinta a nada que hayamos experimentado antes, que es difícil resumirla con palabras.

Podría contar que en Santa Cruz zigzaguee en kayak entre las aletas de punta blanca de placidos tiburones llamados tintoreras. Que caminé a través de bosques de Opuntias sorteando a mi paso tortugas gigantes para llegar a una de las playas mas fantásticas que jamás haya visto.

Que vi aparecer la isla Genovesa, como un espejismo de entre las luces del alba. Una isla mágica y blanca llena de pájaros extravagantes. Piqueros de patas turquesas otros enmascarados, búhos de ojos melancólicos, aves del paraíso dibujando elegantes elipses en el cielo con sus interminables plumas blancas, un sin numero de fragatas con sus buches tan rojos como inflados que con el desenfado de trapecistas malcriados robaban en los aires las presas de otras aves. Pero el espectáculo y la belleza de las diferentes variedades de aves que pueblan Genovesa, es menos sorprendente que la actitud de toda ave que allí vi. Ninguna de estas aves temen al hombre, uno puede contemplarlas durante horas a escasos centímetros sin que ninguna de ellas se inmute ante la presencia del hombre.

En la Corona del Diablo nadé con tiburones Martillo, que insolentes me ignoraron con cada uno de sus ojos a cada lado de su singular cabeza. Miré hipnotizada copular desenfadadamente a rayas tigre en un ballet acuático digno del Bolschoi. Me sorprendí ante la agilidad de pingüinos que atravesaban como flechas las placidas aguas del Pacifico antes de sumergirse para atrapar peces multicolores.

En Fernandina sortee como pude un sin numero de iguanas marinas que tendidas al sol se confundían con la lava imitando extravagantes esculturas de Giacommetti. Vi como Cormoranes, que a pesar de haber perdido su capacidad de vuelo, sin ningún complejo buceaban como el mas ágil de los pescados para atrapar a sus presas.

En Punta Espinoza traviesos lobos de mar jugaron durante media hora con mis aletas divirtiéndose como niños pequeños. Vi delfines, orcas, manta-rayas… Pero también delicados caballitos de mar, medusas alucinantes y tortugas viejas de cien años, devorando con paciencia kilos de algas marinas.

En Isabela me sobrecogí a cada paso con el ruido de la lava virgen rompiéndose a mis pies. Contemplé chorros de azufre de un amarillo estridente, brotar contra un horizonte negro como la noche y turquesa como el mar de las Galápagos. Vi gigantescas iguanas de tierra que ostentaban los colores de Pompeya, y estoicas, cual aristócratas dragones, observaban el lente del fotógrafo con condescendencia milenaria.

En Bartolomé embriagada por el olor del Palo Santo, subí hasta lo mas alto, para descubrir un paisaje extraterrestre, un atardecer semejante a las imágenes que descubren los astronautas cuando flotan en el vasto universo. Una explosión de lilas, morados, rojos, rosados, anaranjados…como las visiones que perciben los chamanes en sus viajes psicodélicos.

Es casi imposible describir las Galápagos en algunas líneas, pero cada ser humano que ha estado en este lugar del planeta, lleva para siempre consigo un ínfimo pedacito del gran misterio del origen del universo. Para mi este tiene el dulce sabor de la sal y el azufre.

RECOMIENDA

Yate Isabela II

La mejor manera de descubrir la magia de las Galápagos.

Un extraordinario yate  que combina el lujo con el viaje de aventura. El Isabela tiene 20 cabinas un equipaje acogedor y profesional, además de un equipo de expertos guías naturalistas que hacen de las Galápagos una experiencia fascinante.

Reservaciones:

Metropolitan Touring

Quito, Ecuador

tel.   +(593) 2- 298 8200

fax.   +(593) 2- 246 4702

email. info@metropolitan-touring.com

Texto: María Cristina Pallares

Fotos: Luis Davilla

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